“Hay que recuperar la centralidad pedagógica"
Para el fundador de la Sociedad Venezolana de Educación Comparada en Venezuela, Luis Bonilla-Molina, esto pasa necesariamente por reivindicar el papel del docente
Por Fabiana Vezzali, de la CLADE
Entrevista publicada originariamente en la página "Jóvenes y Educación" el 10 de noviembre de 2014
El presidente y fundador de la Sociedad Venezolana de Educación Comparada en Venezuela, Luis Bonilla-Molina, comenta los retos para transformar los sistemas educativos y atender a las demandas juveniles por más participación y por una enseñanza más significativa para sus vidas. “Los jóvenes quieren vivir la democracia en sus liceos, en las prácticas concretas del sistema escolar y eso es un enorme desafío”.
Para él, las políticas educativas deben valorizar el papel de los y las docentes, ayudando educadores y educadoras a comprender las diferencias generacionales. “Planteamos la urgencia de recuperar la centralidad pedagógica para poder transformar el sistema educativo y eso pasa por reivindicar el papel de la formación docente y la recuperación del orgullo de ser docente en nuestras sociedades”.
Bonilla fue Viceministro de Planificación Estratégica del Ministerio de Educación Universitaria, entre Enero de 2011 y Abril del 2013, y posteriormente estuvo involucrado en la realización de una consulta nacional inédita sobre la calidad educativa, realizada por el gobierno venezolano en 2014. Según los datos oficiales, más de 7 millones de personas, entre padres y representantes, docentes, directores y estudiantes participaron en el debate que debe influenciar la formulación de políticas educativas de los próximos 10 años. Bonilla comenta en entrevista a la CLADE algunas de las reflexiones generadas por la iniciativa.
Se desarrolló en Venezuela una consulta nacional sobre la calidad educativa y en el presente momento se aguarda la divulgación de los resultados. La realización de una consulta como esta parece un importante proceso de escucha de la comunidad educativa y de la sociedad en general, sobre el sentido de la educación para el país. ¿Cómo usted evalúa la puesta en marcha de esa iniciativa?
Hemos caracterizado el recorrido de la revolución educativa en Venezuela en tres grandes momentos. Un momento, entre 1983 y 1998, en el marco de la disputa por la renta petrolera y la crisis económica, que afectó toda la región, se da toda una tendencia por la exclusión educativa. Una segunda etapa – desde 1999 a 2013 – que definimos de inclusión educativa. En ese periodo logramos, mediante el sistema escolar regular y mediante el modelo de misiones educativas, eliminar el analfabetismo, expandir la educación básica y el bachillerato, considerar la educación inicial como obligatoria y expandir la matrícula universitaria de manera gigantesca. Y esos logros nos han permitido iniciar el tercer periodo – que comienza en 2014 – que es el periodo de aseguramiento de la calidad educativa asociado a dos grandes operaciones: una consulta nacional por la calidad de la educación iniciada en marzo, que abarca fundamentalmente la educación inicial, básica y el bachillerato, y también está prevista una consulta sobre educación universitaria.
En esta consulta sobre la educación inicial, básica y el bachillerato decidimos involucrar a toda la sociedad para que opinara: qué consideran la calidad en la educación, cuales son las acciones fundamentales para transformar nuestro sistema educativo. Se hizo un cuestionario básico para los estudiantes de las escuelas y los liceos, otro para profesores, otro para representantes de las comunidades, además de foros de debates en todas las instituciones educativas que tenemos.
Con la consulta, seguramente escuchando a esas voces, saldrá un conjunto de iniciativas adicionales que nos permitirá fortalecer el sistema educativo. ¿La consulta va a resultar en un Plan Nacional de Educación o en la reformulación del currículo nacional?
Se anunció que, por supuesto, la consulta debería impactar el tema curricular y además que va a servir de base para elaborar el Plan Decenal de Educación, como estaremos viendo la transformación de nuestro sistema educativo en los próximos diez años. Sin embargo, quiero hacer un paréntesis porque a mí me preocupa mucho cuando se habla sólo de reformas curriculares que no recuperan la centralidad pedagógica. Hemos vivido, en las últimas décadas, algunas modas. En la década de 50 fue la moda por las didácticas, el tema de cómo se enseñaba, en los años 60, la moda del “gerencialismo”, en la década de los 70 hubo todo un debate sobre el tema evaluativo y, a partir de los 80, tenemos la moda del currículo.
En mi caso particular, planteamos la urgencia y la necesidad de recuperar la centralidad pedagógica para entender la complejidad de transformar el sistema educativo y eso pasa por reivindicar el papel del docente, el papel de la formación de los docentes y por la recuperación del orgullo de ser docente en nuestras sociedades. Tiene que ver con la recuperación de la dignificación de la carrera que pasa por una dimensión salarial, aunque no es la única.
Y hay también que trabajar en ese mismo esfuerzo por recuperar el papel de la escuela, como el centro para defender la educación pública como derecho humano fundamental.
¿De qué manera el debate sobre la calidad educativa puede valorizar el rol docente y escuchar a los profesores en los procesos de formulación de políticas educativas?
Hay dos formas de aproximarse del debate de la calidad educativa. Uno es del punto de vista tecnocrático, donde el punto fundamental de la calidad es garantizar mano de obra para lo que requiere el mercado.
Otro es lo que planteamos: que la constitución de la ciudadanía en los nuevos tiempos sigue siendo la prioridad de los sistemas educativos. En esa perspectiva, el debate de la calidad nos permite avanzar profundamente en una concepción humanista. Y es imposible hacer una transformación profunda en nuestro sistema educativo si no tenemos al docente en el centro de las estrategias de cambio.
Todas las políticas de los organismos internacionales, que dicen que cualquiera puede dar clases, que no hay que hablar de docentes, sino de facilitadores, no procura otra cosa que llevarnos a una conceptuación tecnocrática, que golpea el derecho humano a la educación, especialmente en nuestra región latinoamericana y caribeña para la cual la educación es una herramienta fundamental de desarrollo humano.
La CLADE ha realizado en los últimos años encuentros e investigaciones sobre los desafíos de la secundaria en América Latina y Caribe. Una de las demandas de los y las jóvenes es ser considerados interlocutores legítimos para formular y acompañar las políticas. ¿Cómo usted ve este planteamiento?
Esto es fundamental. En la época en que yo me formé como docente, el conocimiento científico era válido por cuatro o cinco décadas. Eso nos permitía casi que, con lo que aprendimos en la universidad, actuar en la profesión a lo largo de la vida. Hoy día, la revolución del conocimiento ocurre a cada cuatro o seis años. Y por supuesto esto está muy vinculado a la expectativa, a las necesidades, a los imaginarios de los jóvenes.
A nosotros se nos enseñaba que la escuela nos formaba para, cuando “llegáramos a la sociedad”, vivir en una sociedad democrática. Los jóvenes hoy no quieren vivir la democracia “fuera de las aulas”, quieren vivirla en sus liceos, en las prácticas concretas del sistema escolar y eso es muy bueno. Pero también implica un acompañamiento a los docentes que se formaron en otro paradigma para que puedan entender que la expectativa de protagonismo de los jóvenes es creciente, e incluso utilizar ya no solo las herramientas básicas del territorio – es decir el voto, la consulta, la asamblea -, sino las redes sociales como instrumentos de consulta permanente.
Un docente tiene que ser capaz de entender los códigos, los espacios en los cuales los jóvenes se están moviendo para que el sistema escolar no sea simplemente un sitio donde se va a recibir una “educación bancaria”, o sea simplemente conocimiento, según el concepto freiriano [Paulo Freire, 1921-1997], sino un lugar donde uno se desarrolla plenamente como ser humano, donde se siente que el conocimiento es útil para la vida. Nuestro sistema educativo está rezagado y tiene la tarea urgente de actualizarse para poder estar a la altura de esta exigencia que los jóvenes están planteando.
¿Eso quiere decir que es necesario incluso repensar nuestras relaciones políticas para que estos jóvenes se acerquen más a las autoridades y que los adultos consideren lo que ellos tienen a decir?
La escuela tiene que ser un espacio para que las normas, las reglas de los sistemas escolares sean construidas de manera colectiva. Ya no solo puede ser una cuestión de los profesores, o de los adultos. El propio aprendizaje y constitución de ciudadanía desde la escuela demandan que la construcción de estas normas sea compartida con los jóvenes y niños. Si nosotros logramos que nuestros jóvenes y niños participen activamente en la toma de decisiones en la escuela y en el sistema escolar, tendremos una sociedad más justa, más igualitaria en su conjunto, que impactará seguramente al desarrollo humano integrado.